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21 de noviembre de 2018

CUANDO EL ESTADO NO ESTA DE TU LADO …

INGRESO AL ASENTAMIENTO ABORIGEN DE LOTE 3

VIDEO - El asentamiento aborigen, de la Colonia Juan Domingo Matehu, crónica de la desidia y el abandono. Familias viviendo en condiciones poco digna, con pedidos de viviendas que solo quedaron en promesas y falta de asistencia del Estado, en necesidades básica, como salud y alimentación.

A solo 19 kilometros del Santuario de la Virgen de La Laguna, existe el asentamiento aborigen de colonia Juan Domingo Matehu, en este lugar y alrededores los habitantes conviven con la tuberculosis, el Chagas, la decidía y el abandono.

 

Eran tres y media de la tarde, con una temperatura que rondaba los 33 grados, y un calor soportable, teniendo en cuenta a días anteriores, cuando emprendíamos un viaje al Lote 3, un rincón olvidado del Chaco. Este lugar esta distante a unos 25 kilometros de la ciudad de Villa Ángela, y ya pertenece a la jurisdicción de San Bernardo. Hasta ese lugar llegamos invitados por gente que está en la Fundación OPORTUNIDADES, que hace más de un año y medio que viene trabajando con las personas de esta comunidad.

  El recorrido comenzó en Ruta Nacional 95, por espacio de unos 10 kilometros, hasta que nos salimos de la cinta asfáltica y nos internamos en los caminos vecinales, algunos metros más adelante se apreciaba un galpón grande, que es del consorcio caminero 33. El vehículo disminuyo la velocidad y giro hacia la izquierda, hicimos un par de kilometros, pasamos dos cruces de caminos vecinales, hasta que ingresamos en un caminito casi invisible por la maleza y tras hacer unos 20 metros aparecieron ante nosotros unas viviendas a medio hacer, otras terminadas pertenecientes al Programa Federal Plurianual Reconvertido (Plan ANSES), realizadas en el año 2013.

Al llegar, nos estacionamos en una cancha de futbol, de tierra y arcos con ramas de algún árbol de la zona, y al bajarnos de la camioneta nos recibieron un puñado de niños, no mayores a doce años, quienes conocen el vehículo en el que se movilizan la gente de la fundación, y saben que al llegar de seguro recibirán algún caramelo o golosina. Pero no vienen solo, casi pegados a ellos llegan una gran cantidad de perros, visiblemente mal alimentados, pero que saben que con ese vehículo vendrá un poco de comida para ellos también. Y efectivamente luego de atender a los chicos, las integrantes de la fundación, abren la compuerta de la camioneta y allí hay una bolsa de 50 kilos de alimento para perros, que son distribuidos en el piso para que cada perro coma, pero también se ponen en bolsas y plásticos para que puedan llevar los niños y en los próximos días poder seguir alimentándolos.

Nos retiramos un poco del lugar de llegada y comenzamos a recorrer la zona, y nos vamos encontrando con una realidad que nos habían manifestado la gente de la fundación. Ranchos muy precarios, algunos con chapas techados, otros con barro y algún nylon que se rescató. En esa caminata nos encontramos con Don Cecilio, un habitante del lugar. Su casa, asentada sobre ladrillos y adobe está muy lejos de ser un hogar acogedor para él y sus cuatro hijos. Nos invita a pasar y la luz del sol se filtra por varios lugares en el techo, en las paredes y alumbra la única cama de dos plazas y una camita más pequeña que forman parte del mobiliario que tiene este señor en su vivienda.

 

Pero a todo esto el sol es el más piadoso de los elementos que ingresa a la casa de Cecilio, quien comenta que después de cada lluvia, con toda su familia tienen que sacar afuera las pocas ropas que tienen, ya que el techo agrietado más las paredes en las mismas condiciones permiten que el agua ingrese a ese pequeño rancho haciendo que lo poco que tienen se moje por completo.  Además, la vivienda representa un peligro latente para los niños y esta pareja, ya que una de las paredes está a punto de ceder ya que esta asentado en barro y con las últimas lluvias se va poniendo más de costado.

Cecilio, nos cuenta que ahora la cosa se pone mucho peor en el invierno, donde la ropa no alcanza para tratar de mitigar el frio que ingresa por cada lugar. Él es solo un changarin, que vive el día a día, y por este motivo en algunas ocasiones tiene que ir a Santiago a poder hacer alguna changa, pero en ese lapso deja a sus hijos y esposa en el lugar, quienes aguardan el momento del regreso para que así pueda de esta manera garantizar algún plato de comida en la mesa. Mientras no se trabaja, se caza, de hecho, en el techo de la vivienda, sobre una tabla grande, hay estaqueado un cuero de iguana, “siempre la cazamos, nos sirve para comer y el cuero vendemos. De alguna manera hay que sobrevivir”, asegura este señor.

Nos despedimos de este lugar y caminamos unos metros más adelante y encontramos a una joven madre con su bebe en brazos, nos dijo que su apellido era Yenei y que vivía en esa humilde vivienda, muy parecida a la de Cecilio, con sus seis hijos. “Mi vivienda no tiene techo” nos comentó: “lo que tiene por techo es nilón y tierra”, y agregó: “yo solo cobro la asignación por cuatro de mis hijos y no me alcanza para comprar chapas, le pedí a las autoridades y hasta ahora no he recibido nada”, comento esta mujer.

Luego de que Rosalía y Mabel, hagan las entregas correspondientes y tomen los pedidos de los pobladores seguimos recorriendo los caminos de este lugar olvidado, donde las malezas se alzan a más de un metro de altura escondiendo por ejemplo la recientemente inaugurada sala de primeros auxilios. Nos bajamos, hablamos con algunas personas que circulaban en las inmediaciones de este lugar, y al consultar sobre la atención en estos cinco meses que se habilito este lugar, nos comentaron que solo una vez vino un médico. Si el último fin de semana habrían estado trabajando personal de enfermería en la vacunación de los chicos y tenían pensado regresar y terminar con esta tarea en todo el asentamiento.  Es tan poco el movimiento que hay en esta sala, que las abejas tuvieron el tiempo suficiente para armar un panal en una de las bocas de ventilación de esta salita.

Seguimos la recorrida, dejamos atrás la salita, pasamos por el costado de la escuela, al doblar nos encontramos con el sol de frente, y además un tanque de agua, que a trasluz muestra que esta vacío. Pero eso no es todo, sino que además por el tiempo que esta sin agua, se ha ensuciado y hay bastante maleza en el interior, moho, lo que denota la falta de atención y mantenimiento de este tanque. Uno de los lugareños, se acerca y entabla un dialogo y nos dice, entre preocupado y tímido, “hace mucho que dejaron de traernos agua pedimos que nos hagan perforaciones de mil maneras y no tenemos respuestas”.

Seguimos un par de metros más, y solo queda tierra y yuyos altos que esconden alguna que otra vivienda en el interior. Emprendemos el regreso y hablamos con Rosalía Levay, quien como cada visita vuelve con una carga emocional fuerte al ver tan de cerca la necesidad de estas personas y sobre todo el olvido de un estado que no está del lado de los que realmente necesitan.

“Desde hace casi dos años que venimos trabajando con la Fundación OPORTUNIDADES, hemos realizado un trabajo importante solo a fuerza de pulmón, con recursos que reunimos nosotros, con aportes que salen de nuestro bolsillo. A lo largo de este tiempo estuvimos llevando los chicos a que puedan hacer su DNI, algunos personas para que se realicen alguna atención médica, vamos, pedimos, gestionamos, todos nos dicen que sí que nos van a ayudar, pero hoy vieron la realidad, todo lo que se promete que se va a hacer, solo queda en eso, promesas, y mientras la gente se sigue muriendo, sigue teniendo enfermedades, chagas, tuberculosis, y cuantas otras cosas más, y recurro a los medios porque ya no sé de qué otra manera pedir que se ocupen de este lugar”, término diciendo Rosalía, quien como cada jornada emprende el regreso a su casa, con el corazón contento de poder ayudar, pero con la carga de varios pedidos que hay que dar respuesta y que al pisar la ciudad ya se comienza a trabajar.

DIEGO RADLOVASKI – DANIEL RUIZ



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